En
el claustro de la catedral de Santiago de Compostela se conserva (lo
que queda de) una fuente de granito que seguramente fue la fuente
santa más famosa de Europa durante la Edad Media. Se construyó en
el año 1122 y estaba situada en el entorno de la plaza de Platerías.
Tenía una columna de bronce en el centro y estaba rematada con
cuatro figuras de leones. Sus aguas sirvieron de alivio durante 300
años a los peregrinos que se acercaban a la ciudad santa de
Occidente para honrar al apóstol Santiago, ya que “por la
afluencia de tanta agua, [los peregrinos] la llamaban agua de
Santiago, salubérrima y preparada por Dios para uso de los hombres”,
según hace referencia a este manantial la
Historia Compostelana,
obra que mandó redactar por aquellas fechas Diego Gelmírez, primer
arzobispo compostelano.
El
manantial sagrado también se cita en el igualmente célebre Códice
Calixtino, escrito en el siglo XII. Allí se menciona que el agua
que manaba era “dulce, nutritiva, sana, clara, muy buena, caliente
en invierno y fresca en verano”. El liquido salía por un agujero y
luego se canalizaba por debajo de la tierra. Sobre el tamaño de la
pila, en el texto se dice que podían bañarse quince hombres, lo que
contrasta un poco con el recipiente que se conserva en el claustro,
ya que escasamente cumple que con las dimensiones necesarias.
De
cualquier modo, la fuente instalada en Platerías fue desmontada en
el siglo XV y posteriormente se construyó la actual fuente “de los
caballos”.
De
las fuentes compostelanas que estaban vinculadas a los peregrinos y
al apóstol, se conserva la ubicada en la Rúa do Franco, frente a la
entrada del Pazo de Fonseca. Este es el manantial en el que, según
la tradición, bebieron los bueyes bravos que trajeron el cuerpo del
Santiago. En cualquier caso, esta última fue remodelada en el siglo
XIX, y hoy es un manantial prácticamente olvidado.